viernes, 1 de junio de 2012
Salvemos Valdevaqueros
La hermosa playa de Valdevaqueros en Tarifa está en peligro de dejar de ser lo que ha sido siempre, una perla escondida, una playa vírgen que se había salvado de la vorágine urbanísitica. Acaban de aprobar un plan urbanísico para construir 1.423 plazas hoteleras y 350 viviendas que puede destruir la imagen que muchos hemos disfrutado durante años, y nosotros podemos hacer algo:
Porque no aprendimos la lección y va siendo hora, porque ya tropezamos dos veces con la misma piedra y queremos dejar de tropezar, porque la belleza de una playa vírgen no tiene precio, porque nuestros hijos merecen vivir en un mundo mejor y no en los restos que nuestra ambición de alimañas va dejando, porque somos una mayoría los que pensamos que esto es una barbaridad independientemente de nuestra ideología o partido político, porque estamos HARTOS de que los políticos hagan lo que les plazca con total impunidad, porque el sentido común no puede ser derrotado por la ambición de unos pocos... y sobre todo porque PODEMOS, porque a pesar de los esfuerzos de convencernos de que los ciudadanos tenemos que tragarnos todas las decisiones por absurdas que parezcan no es verdad, tenemos poder, somos muchos, tenemos medios, tenemos ideas, principios, valores compartidos, y creemos en ellos.
¿Y qué podemos hacer?:
1- Firma esta petición on line: http://www.change.org/es/peticiones/salvemos-valdevaqueros
2- Ponla en tu muro de Facebook, en tu Twitter, en tu blog, envíala a tus contactos. Si tienes twitter, envíales la petición a personas famosas a las que sigas: futbolistas, periodistas, políticos, cantantes, etc. Normalmente se hacen eco de campañas como esta, usemos también su poder de difusión para que el mensaje llegue a más gente.
3- Sé activo en las redes sociales, y estimula a otros a que lo sean. Si esto crece seremos parte de ello, y será increíble descubrir el poder que tenemos en realidad.
4- Mantente informado y difunde la información sobre este tema. La impunidad muchas veces está sostenida por el anonimato o la falta de difusión de algunas noticias en los medios de información. Seamos medios de información y denuncia.
5- Participa en las manifestaciones que se convoquen.
6- Si se te ocurre algo más, escribe un comentario a este post. Le daré la mayor difusión posible.
Usemos nuestro poder, seamos conscientes de él. #SalvemosValdevaqueros
jueves, 24 de mayo de 2012
Aprender a nadar
Al otro lado del río yo podía intuir que había algo hermoso, o al menos diferente. Una fuerza interna me empujaba a tomar el riesgo de cruzar. Se lo conté a mi amigo Jose Luis, juntos compartíamos esa pasión por adentrarnos en lo desconocido que alimentábamos en nuestras conversaciones. Después de hablar con él sentí que debía hacer algo. Como no sabía nadar decidí apuntarme a unas clases prácticas, aprendí a controlar mi línea de flotación, a adecuar mi respiración a los distintos movimientos, perfeccioné mi estilo y mejoré mi forma física para no ceder ante las fuertes corrientes. Cuando ya me sentía preparado empezaba la temporada invernal, hacía demasiado frío para adentrarse en las gélidas aguas del río. Pasé el invierno perfeccionando mi técnica en la piscina climatizada, haciendo ejercicios cada día para estar en la mejor de las formas cuando llegara la primavera. El primer día de primavera estaba preparado en la orilla del río para emprender mi salto a lo desconocido. En ese momento vi que un pequeño velero se dirigía hacia mí, a medida que se acercaba vislumbré una figura que me era familiar. ¡Jose Luis! qué haces ahí_ le dije_ si tú no sabías nadar. Cierto _ me contestó_ pero aquel día que hablamos sentí algo extraño en el vientre, cuando nos despedimos me dirigí hacia la orilla y me lancé al río sin más, la necesidad me obligó a aprender a nadar.
lunes, 21 de mayo de 2012
Regreso a Ghana
Recuerdo mi excitación cuando aterricé en el aeropuerto de Accra hace dos años. Era la primera vez que viajaba al África Subsahariana, un momento que había soñado durante años, que me había imaginado vivir después de leer libros, ver documentales y películas. Miraba a todas partes a mi llegada, saltaba, tocaba el suelo con mis manos para hacer patente un momento tan importante. Mis ojos estaban bien abiertos, no querían perderse un solo detalle. África no me decepcionó, los ganeses me acogieron con su genuina hospitalidad de la que se sienten tan orgullosos. Sonrisas, guiños, desconocidos que te estrechan la mano, personas que te invitan a comer a sus casas mientras caminas por la calle, niños, infinidad de niños que caminan sin la vigilancia de sus padres entre calles polvorientas con sus mochilas a las espaldas, la vida debe ser más difícil aquí pensaba, pero estos niños tienen un terreno de juegos que para ellos es el mundo entero, los veía correr por todas partes sin límites aún para sus sueños.
En mi regreso a Ghana dos años después, yo parecía un avezado viajero. En el avión, la mujer que se sentaba a mi lado tenía unas ganas terribles de hablar, el volumen de historia africana que yo leía con avidez no pareció intimidarla así que interrumpía frecuentemente mi lectura sin ningún reparo. Era belga, y yo justo leyendo sobre los 10 millones de muertos que dejó tras de sí el rey Leopoldo II en el Congo, una tragedia tan dramática como silenciada. Me comentaba que venía a entrevistar al presidente del gobierno, era periodista pero trabajaba como asesora de empresas inversoras en África, y no es de extrañar, Ghana es el segundo país del mundo que más creció en 2012 en PIB y hay muchos intereses allí. Me sorprendí a mí mismo comentándole mis impresiones sobre el país, comparándolo con otros países que había visitado y dando la impresión de que me sentía muy cómodo hablando del tema, la mujer en seguida se interesó por el proyecto por el que estaba viajando a Accra. Intercambiamos tarjetas en un acto casi automático que zanjó la conversación. Cuando bajaba del avión, pensaba en cuánto había cambiado yo en esos dos años. Nada más salir un aire húmedo y sofocante me hicieron recordar dónde estaba, a dónde había ido.
En el camino hasta el hotel miraba atentamente por la ventanilla del taxi, pendiente de cada detalle. Una chica me miraba con curiosidad desde el asiento del autobús, retiró la mirada en cuanto se cruzó con la mía. Continué observándola y cuando nuestras miradas se volvieron a encontrar nos sonreímos. Este juego de miradas y sonrisas continuó hasta que su autobús se perdió entre la densidad del tráfico. Sí, estaba en África otra vez, donde una sonrisa es aún algo valioso.
miércoles, 18 de abril de 2012
Ciudadano Rondó
Cosimo un buen día decidió que su padre no iba a obligarlo nunca más a comer caracoles y se subió a un árbol con la intención de no bajar nunca más. Lo que de verdad estaba haciendo era no permitir que su padre negase la persona que él era, aunque solo tuviese 7 años y el asunto de los caracoles pudiera parecer trivial. Decidió por el contrario “ser él mismo con todas sus fuerzas”, y no encontró una manera mejor que vivir en las alturas saltando de árbol en árbol durante toda su vida.
Erich Fromm hablaba en su libro “el miedo a la libertad” de que el problema de la sociedad actual residía en la incapacidad del individuo para expresar plenamente su ser interior, para dar rienda suelta a todas sus potencialidades. Yo recordaba estas palabras mientras leía El barón rampante y las aventuras de Cosimo Rondó. Me planteaba cómo en la sociedad de las libertades hay tantas cosas que están prohibidas o suponen un profundo tabú. Pongamos por ejemplo la mayoría de trabajos que hacemos para otros sin ninguna motivación. Dedicar gran parte de nuestras energías en desempeñar una labor cuyo resultado no tiene interés alguno para nosotros se ha convertido en algo habitual. Sin embargo, ¿no estaremos renunciando a algo esencial? Si la respuesta es afirmativa el resultado no puede ser fútil. Y si es algo que hacemos la mayoría el efecto en la sociedad puede ser perverso, eso explicaría muchas cosas. Una sociedad insatisfecha también es una sociedad enferma.
Reivindico por tanto al ciudadano Cosimo Rondó, que en el ejercicio de su libertad plena decidió vivir de acuerdo a los dictados de su alma, que no es otra cosa que la de mirar de forma sincera a su interior y transformar los deseos en acción. Lo digo desde esta tribuna casi anónima, y en el fondo solo es un mero deseo, un horizonte que yo también vislumbro desde la distancia, no hay protesta ni reproche, solo la intuición de las cosas podrían ser más fáciles, más agradables.
lunes, 17 de octubre de 2011
Ouagadougou
Ouagadougou. Una extraña palabra, quién diría que es la capital de un país, y no de un país imaginario, sino de un país real como la vida misma, como la lucha incansable de su gente por sobrevivir. Ese país es Burkina Faso que significa "la patria de los hombres íntegros" en lengua local , y se disputa en las estadísticas de Naciones Unidas los últimos puestos en el ranking de países desarrollados. En otras palabras, es uno de los países más pobres del mundo.
Había estado en África otras veces, en Marruecos, Túnez, Ghana y Senegal, pero lo que me encontré en Ouagadougou, que sus habitantes llaman animosamente Ouaga, no tenía nada que ver con lo que había visto antes. La llegada al aeropuerto fue impactante, un pequeño recinto donde todo el mundo se amontonaba, sin apenas señales y por supuesto ninguna pantalla indicativa. Era un presagio del caos que me iba a acompañar en esos días. Afortunadamente, en medio de ese caos, siempre parece haber una solución para todo. Alguien que conocía mi nombre se acercó a mí y me acompañó a pasar el control de aduanas. Tengo la impresión de que en los días siguientes todo siguió un patrón parecido, el de un breve tumulto del que de repente salía alguien con la solución a mis problemas.
Nos reunimos al día siguiente con CREPA, nuestros socios locales en Burkina, y empezamos a trabajar en el proyecto. Tuvimos muchas reuniones para explicar lo que estamos haciendo y cómo vamos a aplicarlo allí, salieron cosas muy interesantes y fue un verdadero placer trabajar con ellos. Tras las reuniones yo salía a pasear por los alrededores, la gente me miraba con atención y los saludaba. En muchas ocasiones empezábamos a hablar, me preguntaban con curiosidad, y era muy fácil entablar conversación con ellos. Los burkineses son gente cálida, amable, hospitalaria, confiada, la energía que se percibe es diferente. Un día salimos en grupo al mercado, yo me retrasé porque me quedé hablando en uno de los puestos de verduras. Allí había una niña muy pequeña que me miraba atónita, con los ojos abiertos como platos y el rostro con cara de asombro. Varias mujeres alrededor se reían a carcajadas ante la expresión de sorpresa de la pequeña. Decidí acercarme. Mi francés no es muy bueno, pero el lenguaje de la sonrisa es el que mejor funciona en África. Sin entendernos muy bien del todo, empezamos a reírnos. Una de las mujeres, de repente, cogió a la pequeña y me la dio para que la cogiera entre mis brazos. Cuando lo hice, la niña se asustó aún más y todos volvimos a reír. Sentí una especial complicidad entre aquel grupo de mujeres que no conocía de nada y de las que aparentemente debía separme un abismo cultural. Una de ellas me preguntó mi nombre y me dijo “eres una buena persona”, sentí que lo decía de corazón, y algo tan sencillo como aquellas palabras me reconfortaba. Continué mi camino, estaba perdido del grupo principal y no sabía muy bien qué dirección tomar, un hombre que no había visto antes se acercó a mí, me llamó por mi nombre ante mi asombro y me mostró la dirección que debía seguir. Mientras seguía avanzando los vendedores me señalaban desde sus puestos de verduras la dirección correcta con una sonrisa en sus labios que yo respondía amablemente, hasta que conseguí alcanzar a los demás. Una pequeña aventura.
viernes, 7 de octubre de 2011
Instrucciones para John Howell
La primera vez que leí el relato de Julio Cortázar, Instrucciones para John Howell, pensé que no lo había entendido. Lo volví a leer una y otra vez compulsivamente durante varias semanas. Algunas escenas no parecían lógicas y trataba continuamente de encontrar la coherencia que diera sentido a esas partes de la trama. Por algún motivo aquella historia me cautivaba y durante años, cada cierto tiempo, volvía a releerla con fruición.
Leí durante ese tiempo otros relatos del autor, sumergiéndome en ese universo de Cortázar que es tan particular, mi obsesión conectó en cierta forma con su manera también obsesiva de escribir. Rayuela mostraba una historia que era a la vez muchas historias aunque fuesen fundamentalmente dos, aunque en el fondo no fuese más que una sola historia. Horacio y su lucha por encontrar un orden lógico que lo explique todo ("la unidad") contrasta con la naturalidad de La Maga que entiende sin pretenderlo, sin pensarlo sin ni siquiera ser "consciente" de ello. Sólo Horacio es consciente de su lucidez, por eso llega a decir "déjame ver algún día como ven tus ojos". Creo ahora que nunca llegué a entender Instrucciones para John Howell tan bien como lo hice la primera vez, en la que mis ojos leían sin expectativas ni prejuicios, la desazón por no encontrar un hilo conductor lineal me alejaron de la verdadera comprensión al volver a leer el relato buscando atar todos los cabos sueltos. Pero los cabos sueltos estaban sueltos a propósito. No eran sino trampas para hacernos caer, pero trampas que a la vez eran pistas. Si no tropezamos habitualmente es por ese orden lógico con el que filtramos la realidad y que sólo es una ilusión creada por nuestras mentes. Cortázar nos invita a tropezar constantemente mirando la realidad de forma directa, sin el filtro que suponen todos los conocimientos que creemos tener, todas las certezas que pensamos necesarias. Tropezar en la tierra, más que en las nubes, ese es el verdadero reto.
lunes, 20 de diciembre de 2010
London city ciudad sin ley
Por fin regresé a Londres después de 10 años de ausencia. La ciudad apenas había cambiado, allí estaban las mismas casas de barro rojizo del barrio de Bloomsbury entre las que discurría nuestra vida cotidiana y cuyos rincones han quedado guardados en mi memoria y en mi nostalgia. Recorrí esas calles saboreando las imágenes de momentos intensos y entrañables. En Judd Street teníamos un pequeño estudio en alquiler donde llegamos a vivir hasta 5 personas, todos dormíamos juntos en dos camas que habíamos unido para tal menester en una esquina de la única habitación de la vivienda. Fue allí donde convencimos al propietario de que solo 2 personas vivirían en el estudio a pesar de que éramos 4 los que cargados de maletas esperábamos alerta en la misma habitación para ver si finalmente accedería a dejarnos un lugar donde alojarnos. Teníamos una gran ventana que daba a Tavistock Place, solíamos sentarnos sacando los pies hacia afuera para observar aquel conglomerado de sonidos, colores y gentes que no dejaba de sorprendernos. Nuestro exiguo presupuesto nos obligaba a gastar lo mínimo, la decoración de la casa estaba llena de objetos e imágenes que recogíamos por la calle. Fotos de revistas adornaban las paredes, un vaso de cartón era el recipiente para los cepillos de dientes, y un mantel verde de hule con motivos navideños protegía la mesa escritorio en pleno verano. En la pared principal, con recortes de revistas, escribimos un frase que repetíamos constantemente en referencia a las múltiples e inesperadas experiencias que nos ocurrían cada día: "London city ciudad sin ley".
Recuerdo cuando conseguí mi primer trabajo, volvía a casa con aire triunfante, en la planta baja, en el apartamento de nuestros vecinos catalanes, vi a mis amigos tras las grandes ventanas, me estaban esperando, no habían tenido noticias de mí desde que salí temprano por la mañana ya que Laura guardaba el único teléfono móvil del que disponíamos, cuando me vieron levanté el brazo en señal de victoria, una victoria que era de todos, trabajaría como limpiador en un centro de alcohólicos.
Caminaba esta vez por Tavistock Place, y giré a la izquierda hacia Russel Square, vi entonces un pub inglés por el que tantas veces antes había pasado hace 10 años. El precio de una pinta de cerveza nos parecía inalcanzable por entonces y soñábamos con el día en que pudiéramos permitirnos entrar en cualquier bar o restaurante sin que supusiera gastarse una fortuna. Ahora ese momento había llegado, podía entrar a cualquier pub sin que el precio de una pinta de cerveza escandalizara a mis bolsillos, sin embargo miro con añoranza los días en que la vida era una continua aventura, un reto que no afrontaba en solitario sino acompañado de grandes amigos; vender bocadillos de tortilla en Portobello, limpiar váteres nauseabundos, o ser camareros en un barco anclado en el Támesis sin apenas hablar inglés eran obstáculos que fuimos superando con ilusión, creatividad y coraje. Nunca he sido tan feliz como aquel verano, nunca.
Esta mañana, hablaba con mis compañeros de trabajo sobre la crisis económica, debatíamos sobre las posibilidades de que la situación desembocara en una profunda ruptura del sistema y que todas las comodidades y privilegios de las que disfrutamos en el mundo occidental se vieran ciertamente mermadas. La sociedad de consumo tal y como la conocemos tiene los días contados, simplemente no es sostenible y por tanto tiene fecha de caducidad. Quizás lleguemos a ver ese día, y puede que no esté muy lejos. "Qué miedo", me decía una compañera, entonces yo me acordé de Londres, donde éramos felices con tan poco, donde el apoyo y afecto de los amigos era lo más valioso, un pilar inalterable del que no teníamos dudas. Ahora que la sociedad nos empuja al consumo y al individualismo, que estamos llenos de miedos, que nos aferramos a lo evanescente, quizás una crisis profunda pueda ser más un favor que una tragedia, la última oportunidad para salvarnos y obligarnos a luchar de manera conjunta por un mundo más humano, para diferenciar lo importante de lo superfluo, y construir un mundo en que la vida sea más plena, como decía E.Fromm, pasar del Tener al Ser.
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