lunes, 21 de mayo de 2012

Regreso a Ghana


Recuerdo mi excitación cuando aterricé en el aeropuerto de Accra hace dos años. Era la primera vez que viajaba al África Subsahariana, un momento que había soñado durante años, que me había imaginado vivir después de leer libros, ver documentales y películas. Miraba a todas partes a mi llegada, saltaba, tocaba el suelo con mis manos para hacer patente un momento tan importante. Mis ojos estaban bien abiertos, no querían perderse un solo detalle. África no me decepcionó, los ganeses me acogieron con su genuina hospitalidad de la que se sienten tan orgullosos. Sonrisas, guiños, desconocidos que te estrechan la mano, personas que te invitan a comer a sus casas mientras caminas por la calle, niños, infinidad de niños que caminan sin la vigilancia de sus padres entre calles polvorientas con sus mochilas a las espaldas, la vida debe ser más difícil aquí pensaba, pero estos niños tienen un terreno de juegos que para ellos es el mundo entero, los veía correr por todas partes sin límites aún para sus sueños.

En mi regreso a Ghana dos años después, yo parecía un avezado viajero. En el avión, la mujer que se sentaba a mi lado tenía unas ganas terribles de hablar, el volumen de historia africana que yo leía con avidez no pareció intimidarla así que interrumpía frecuentemente mi lectura sin ningún reparo. Era belga, y yo justo leyendo sobre los 10 millones de muertos que dejó tras de sí el rey Leopoldo II en el Congo, una tragedia tan dramática como silenciada. Me comentaba que venía a entrevistar al presidente del gobierno, era periodista pero trabajaba como asesora de empresas inversoras en África, y no es de extrañar, Ghana es el segundo país del mundo que más creció en 2012 en PIB y hay muchos intereses allí. Me sorprendí a mí mismo comentándole mis impresiones sobre el país, comparándolo con otros países que había visitado y dando la impresión de que me sentía muy cómodo hablando del tema, la mujer en seguida se interesó por el proyecto por el que estaba viajando a Accra. Intercambiamos tarjetas en un acto casi automático que zanjó la conversación. Cuando bajaba del avión, pensaba en cuánto había cambiado yo en esos dos años. Nada más salir un aire húmedo y sofocante me hicieron recordar dónde estaba, a dónde había ido.

En el camino hasta el hotel miraba atentamente por la ventanilla del taxi, pendiente de cada detalle. Una chica me miraba con curiosidad desde el asiento del autobús, retiró la mirada en cuanto se cruzó con la mía. Continué observándola y cuando nuestras miradas se volvieron a encontrar nos sonreímos. Este juego de miradas y sonrisas continuó hasta que su autobús se perdió entre la densidad del tráfico. Sí, estaba en África otra vez, donde una sonrisa es aún algo valioso.

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