jueves, 24 de septiembre de 2015

Guerra de banderas



Cuenta un dicho popular que las personas que más se parecen a nosotros son las que tienen mayor capacidad para sacarnos de nuestras casillas. Eso pensé cuando vi a dos concejales del Ayuntamiento de Barcelona, uno del PP y otro de ERC, pelearse por colocar su propia bandera en el balcón del consistorio. Ambos se parecen más de lo que quisieran admitir. En primer lugar porque conceden una importancia desmedia a los símbolos, no hay más que ver el empecinamiento por mostrar la bandera que les representa y superponerla sobre la del rival político-ideológico. Ambos creen creer en cosas distintas, pero solo son distintos los símbolos que las representan. Para estos dos políticos, existe un trozo de tierra que les pertenece y no quieren que "otros" decidan sobre aquello que consideran suyo. Cada uno ha elegido un pedazo de tierra distinto y cree que es el otro el obstáculo para que su apropiación sea completa.

Puede que el hombre sea el único ser racional sobre el planeta, recuerdo que en los libros de texto del instituto aparecía en la cima de no sé qué pirámides, pero a veces somos muy estúpidos. Se imaginan una gacela Thompson brincando por la sabana y sin cruzar la línea recta que separa Kenia de Tanzania, ¿alguien cree que ahí hay línea alguna?  La gacela sabe que no es así, y campa a sus anchas buscando pastos frescos y procurando que ningún depredador la pille desprevenida. No pensará si sus ancestros proceden del norte del Masai Mara, perteneciente a Kenia, o si por el contrario vienen del Serengueti en Tanzania. La gacela no entiende de fronteras ni territorios. No quiere apropiarse de ellos, tan solo campa a sus anchas, o al menos así lo hará hasta que los hombres, tan cuadriculados, instalemos alguna valla para delimitar territorios en base a criterios arbitrarios: raza, lengua, religión, color de piel, ideología política, origen, clase social, etc.

Las fronteras son un artificio mental y sólo tienen sentido porque todos creemos que están ahí, no existen salvo en nuestras mentes. Es como el dinero, que sólo tiene valor más allá del papel porque todos lo asumimos . No es que yo crea que las naciones deben desaparecer (o el dinero). Creo que es una forma de organizarnos fruto de la evolución histórica del ser humano y que en la mayoría de los casos (si se dan ciertas condiciones) da buenos resultados. Pero sí creo que nuestra concepción inflexible de fronteras, naciones y nacionalismos debe cambiar, y quizás nos evitaríamos esperpentos como la guerra de banderas a la que me refiero, o lo que es peror, conflictos violentos de efectos nefastos. No tiene ningún mérito ser español, catalán, griego o filipino. El hecho de haber nacido en el lugar en que lo hicimos, y que ese lugar pertenezca a una nación u otra no es más que una mera casualidad. Nuestro ADN lleva genes milenarios, que no solo pertenece a una gran diversidad de culturas y razas que han poblado el mundo entero, sino incluso de especies. Hace millones de años, nuestros ancestros no eran humanos, ¿de verdad tiene alguna importancia que los primates de los que descendemos viviesen en lo que hoy conocemos como España, Cataluña, Grecia o Puerto Rico?

Pero entonces alguien me dirá que si nos organizamos en naciones y asumimos que es una buena manera de organizarse (al menos por ahora), ¿quién tiene derecho a delimitar esas naciones y establecer sus límites? Es una buena pregunta. Y no hay respuesta. Yo no la tengo, y no conozco a nadie que la tenga (alguien razonable, claro), porque NO existen criterios objetivos para definir qué es o qué debe ser una nación. No los hay. Cualquier lista de condiciones o criterios para ser nación que elaboremos dejará fuera a naciones que existen e incluirá a naciones que ni son naciones ni quieren serlo (esto lo dice nada menos que Eric Hobswam) . Las fronteras de cada nación son arbitrarias, fruto de guerras, matrimonios amañados y un sinfin de casuísticas, y sólo las respetamos por la existencia de un acuerdo colectivo o por la costumbra de verlas allí después de muchos años.

Pero es cierto que las fronteras no son límites inamovibles y si hay un acuerdo suficientemente amplio para cambiarlas, ¿por qué no hacerlo?. Lo que ocurre es no es fácil definir qué es un acuerdo suficiente. Tampoco está claro quiénes son los sujetos con legitimidad para decidir sobre esta cuestión. Y de nuevo, en este tema no hay criterios objetivos para decidir quiénes deben ser tales sujetos. Para algunos catalanes es el pueblo catalán (¿sí, pero cuántos?), para otros catalanes y muchos españoles lo serán el conjunto de ciudadanos españoles (¿sí, pero a cualquier precio?). Unos y otros se pelean por decidir sobre aquello que creen les pertenece. Todos fracasan porque piensan en la nación como propiedad legítima. Sin acuerdo no hay nación, ninguna. Los errores del pasado han generado naciones frágiles en las que muchos ciudadanos se han sentido excluidos. No los repitamos por defender unos colores frente a otros, por empeñarnos en que sea nuestra bandera la que ondee por encima de la de los demás. Quizás todo sería más fácil si las fronteras fueran sólo una mera línea adminstrativa que no nos define, ni limita, ni cuestiona. Una delgada línea imperceptible que no distinguiera a las personas por su color, religión y sobre todo por su poder económico. Yo no creo en las banderas, y en el fondo puede que tampoco crea en las naciones.