martes, 27 de noviembre de 2012

Utopía y pragmatismo



La actualidad no deja de sorprendernos, y el autor de este blog no escapa a las sorpresas que la prensa diaria nos regala con frecuencia. Resulta que después de innumerables peticiones por parte de colectivos sociales hace una semana se aprobó un Decreto Ley para regular los desahucios y conceder mayores garantías a los ciudadanos que no pueden pagar su hipoteca. Es cierto que se trata de una normativa descafeinada que deja a muchas personas sin protección alguna, reconozco que puede que no sea el mejor ejemplo. Pero mi sorpresa radica en cómo ha cambiado el mensaje de algunos políticos respecto a este tema. Hace sólo unos meses se nos recordaba la importancia de la seguridad jurídica para el sector bancario y de la necesidad de que los bancos tengan garantías suficietnes para prestar dinero. Nos venían a decir que priorizar el derecho de los ciudadanos frente a los poderosos bancos no era más que una utopía propia de mentes idealistas pero que un gobernante pragmático que tiene que lidiar con problemas reales no puede tener en cuenta ese tipo de ensoñaciones. Ese es el mensaje habitual con muchos otros temas, pero de repente, lo que parecía inamovible resulta que puede cambiarse. No ha sido un cambio sustancial, es cierto, pero la alarma era tal en los meses anteriores que debería sorprendernos el no haber sufrido ningún cambio radical en la estructura de la sociedad (bueno, algunos ciudadanos podrán seguir viviendo en sus casas, igual podemos considerar esto radical), no se ha caído el mundo como parecían advertirnos. La cuestión es a cuántas "utopías" estamos renunciando, cuántos problemas podrían solucionarse con medidas "radicales", de esas que dan tanto miedo y que romperían nuestra estructura social pero que al final no pasa nada salvo que vivimos mejor.

Esta concepción utópica de ciertas medidas que son totalmente plausibles se ha extendido demasiado. A menudo son los propios partidos de izquierdas los interesados en plantear como "idealistas" soluciones que pueden defenderse desde el pragmatismo y el sentido común. Desde el punto de vista electoral quizás sea un enfoque rentable porque alienta a sectores que están muy descontentos y esperan cambios sustanciales, pero yo creo que pervierten el lenguaje y empujan a mucha gente a descreer en ideas que consideran ajenas. Las sociedades progresan, conquistan derechos y tienden a vivir mejor que las que les preceden. Es una tendencia natural del ser humano. Lo natural es querer vivir mejor, conquistar derechos y romper los esquemas sociales que han venido generando injusticias. Y en ese camino las consideraciones prácticas son fundamentales. Recientemente, un informe del Banco Mundial explica cómo la inversión en la educación de las niñas es una de la más rentable del mundo. De igual forma, el economista Juan Torres demuestra los beneficios económicos de invertir en saneamiento y acceso a agua potable. Vivir en un mundo más justo, además de una bonita utopía nos ahorraría innumerables problemas.

En este lenguaje pervertido que venimos usando, resulta que a los colectivos que se han movilizado para denunciar el  drama de los desahucios y frenar el abuso de los poderosos frente a ciudadanos indefensos, a esos los hemos llamado radicales antisistema. Y en el mejor de los casos hemos recurrido a términos más dulcificados como los de utópicos o idealistas. Todos ellos han sido acusados de ir en contra de la ley y el orden (curioso orden), acusados de luchar por utopías imposibles y no atender a la razón. Pero quizás les debamos una importante lección más allá de los resultados inmediatos de sus acciones. La presión social sirve para algo, los cambios son posibles. La pasividad es lo contrario del pragmatismo ya que nos condena al fondo de un callejón sin salida y frena nuestra tendencia natural al desarrollo. Yo digo que la resistencia frente a los desahucios no es sino pragmatismo, responde a la necesidad de cualquier sociedad de proteger a los más débiles. El miedo que nos inculcan es absolutamente infundado y sus raíces no están ni en la lógica ni en el sentido común, sino en la resistencia de los poderosos que quieren seguir manteniendo unos privilegios injustos.


jueves, 22 de noviembre de 2012

La Casbah de Argel



Me dirigía hacia la famosa Casbah de Argel, una colina de intrincadas callejuelas y estrechas escaleras que fue uno de los bastiones del FLN (Front de Liberation Nationale) en la guerra de indepencia contra Francia. Los miembros del FLN se sentían seguros al amparo del laberinto de calles y escaleras, allí se reunían y organizaban la insurgencia contra Francia en los años 50. Finalmente, llegó a ser un espacio totalmente militarizado por los franceses que buscaban a miembros y simpatizantes del FLN. En el hotel ya me advirtieron de que no era recomendable visitar la Casbah, los robos y asaltos eran frecuentes. Pensé que con prudencia y sentido común no debía ocurrirme nada. Tomé un taxi, y al decirle mi destino al conductor me repitió la advertencia. Empecé a tomármelo en serio cuando al bajarme del taxi en la Place des Martyrs y preguntar dónde estaba la Casbah, un señor mayor me advirtió una vez más del gran número de agresiones que allí ocurrían. Me acerqué a la parte baja de la colina, había un mercado, ni un solo turista, comencé a subir por los callejones y me encontré una estrecha escalera que subía hacia la antigua ciudadela. No fui capaz de subir.


Regresé días después acompañado de mi amiga Karima. Ella me convenció de que había una zona segura por la que podíamos pasear con tranquilidad, así que regresamos al mismo lugar. De nuevo vinieron las advertencias y vi que Karima también dudaba. Ahmed, un chico al que preguntamos en una tienda se ofreció a acompañarnos. Nos dijo que él vivía en la Casbah, y que no había problema si él nos acompañaba, todo el mundo lo conocía allí. Yo no sabía si fiarme, pero de pronto me vi caminando irreversiblemente hacia la colina  y subiendo la estrecha escalinata, solo quedaba dejarse llevar. Estuvimos una hora recorriendo callejuelas llenas de basura y cuyas viviendas estaban en estado ruinoso. Las laberínticas calles que fueron una pesadilla para árabes y bereberes durante la guerra hoy no son más que un barrio de chabolas donde habita una población excluida, cuna de miseria y delincuencia. 


Ahmed me contaba cómo los franceses patrullaban la Casbah durante la batalla de Argel. La brigada de paracaidistas comandadas por el general Jaques Massu fue responsable de la tortura generalizada y la ejecución sumaria de centenares de sospechosos de colaboración con el FLN que se escondían en la recóndita Casbah. Las descargas eléctricas en los genitales o el ahogo de los detenidos hasta la extenuación eran prácticas ampliamente extendidas para sacar información e identificar a los responsables de los atentados cometidos por el FLN. Massu y otros militares de alto rango como el general Aussaresses han reconocido en sus memorias las toruturas cometidas durante la batalla de Argel. La historia reciente de Argelia es bastante desconocida a pesar de la cercanía de la que ya hablaba en una entrada anterior. Mis horas de soledad en el hotel de Sacré Coeur me permitieron indagar en las vicisitudes de este pueblo y ver cómo algunos aspectos del aislamiento en que vive actualmente tienen que ver con un callejón de difícil salida cuyo detonante fue una guerra despiadada contra los franceses. Argelia es un vivo ejemplo sobre cómo la violencia puede crecer a partir del descontento social y desembocar en algo que ya nadie puede controlar y que limita las posibilidades de un desarrollo democrático y equitativo durante décadas.

Antes de estallar el conflicto, Argelia era una región más de la República Francesa, y la minoría de origen europeo, los llamados "pieds noirs" (pies negros), representaban el 10% de la población. Los pieds noirs sentían Argelia como su tierra, no en vano era el lugar donde vivieron sus padres y sus abuelos, pero el equilibrio con los ciudadanos de origen árabe era bastante desigual. Los pieds noir tenían demasiados privilegios y un absoluto dominio de los asuntos públicos y privados, mientras que  los argelinos árabes y bereberes eran prácticamente sus sirvientes. Cualquier reclamación por parte de la población de origen argelino no solo de autonomía sino también de igualdad de derechos con sus con-ciudadanos de origen europeo era eficazmente reprimida. Lo que ocurrió después fue la explosión de un problema que nadie quiso afrontar. La ausencia de alternativas fue radicalizando cada vez más las posturas independentistas de los argelinos y los disturbios iniciales acabaron en una guerra de guerrillas con el estado francés que duró 8 largos y sangrientos años (1954-1962). Los atentados con víctimas civiles por parte del FLN y la brutal represión francesa se sucedían en una escalada de violencia que parecía no tener fin. Las torturas del ejército francés salieron a la luz y conmocionaron a la opinión pública, el problema de Argelia llegó a ser tan irresoluble que desestabilizó a la IVª República y creó un vacío de poder que nadie parecía tener el valor de asumir. Se sucedieron primeros ministros, algunos solo duraron en su cargo varias semanas.


En mayo de 1958, los militares franceses tomaron por la fuerza el poder en Argelia como respuesta a las iniciativas de diálogo con el FLN que empezaban a surgir en el gobierno de París, fue una especie de golpe de estado regional y tuvo muchos apoyos en la metropoli. Los pieds noir reclamaron un gobierno central contundente con los independentistas y presionaron para que el héroe de la II Guerra Mundial, Charles de Gaulle, volviera a tomar las riendas del país galo. El General de Gaulle, que andaba retirado escribiendo sus memorias y no se imaginaba el nuevo papel que la historia le reservaba, regresó al poder con la esperanza de resolver el conflicto. Su postura inicial era la de defender sin fisuras l'Algerie française, y así se lo hizo entender a los pieds noir en su primer viaje a Argel después de su investidura cuando pronunció el famoso "Je vous ai copris" (os he entendido) entre gritos y aplausos. Pero el mandatario francés se vio rápidamente desbordado por una violencia persistente y el apoyo mayoritario de la población argelina al FLN. Cuando de Gaulle quiso iniciar conversaciones con sectores más moderados sencillamente no los encontró, la fuerte represión francesa había acabado con los líderes moderados que optaban por una salida pacífica encarcelándolos, asesinándolos o empujándolos finalmente a alinearse con el FLN al no encontrar otra alternativa. Al verse sin más salida de Gaulle empezó a hablar con el FLN. Los pieds noirs desaprobaban fervientemente este acercamiento, consideraban a de Gaulle un traidor. En ese clima de fuerte confrontación entre las distintas posturas, se organizó la OAS (Organización Armada Secreta), un grupo terrorista pro-pieds noirs que abogaba por la continuidad de Argelia como provincia francesa. El clima de violencia era tal, que la OAS asesinaba sin escrúpulos a ciudadanos argelinos con el objetivo de que las fuertes represalias del FLN obligaran a de Gaulle a suspender las negociaciones. La OAS llegó incluso a planear el asesinato del General de Gaulle. Pero de Gaulle seguía adelante con su hoja de ruta, propuso un calendario para la independencia y un referéndum con varias opciones incluyendo también la del establecimiento de un estado asociado a Francia. Sin embargo, los atentados de la OAS y el FLN alcanzaron su cenit, de Gaulle aceleró el proceso, y en 1962 Argelia consiguió su ansiada independencia tras la estampida de la gran mayoría de pieds noirs que temían las probables represalias al no tener la protección del estado francés. En la Argelia independiente, el FLN se apropió de todos los poderes del estado y controló todos los aspectos de la vida pública incluyendo religión, sindicatos o medios de comunicación. Se decía por entonces que mientras en otros países el estado tenía un ejército, en Argelia era el ejército el que tenía un estado. Algunos líderes del FLN, como Ferhat Abbas, criticaron duramente el abuso de poder y abogaron por una salida democrática tras la independencia, sin embargo los años de guerra habían dado fuerza a los sectores más rígidos de opinión. Abbas fue denostado, expulsado del partido e incluso enviado a prisión por su antiguo compañero de partido, Ben Bella, el primer presidente de Argelia.

Las calles de la Casbah, en su profundo deterioro, mostraban sin reparo las huellas del conflicto. Algunos niños se acercaban para que les hiciésemos fotos, Ahmed me animó y tomé varias instantáneas. Después de más de una hora de visita Ahmed se despidió, me eché la mano al bolsillo para darle una propina por su valiosa compañía pero me hizo un gesto de negación y se marchó con un una sonrisa de satisfacción que pensé se debía a la necesidad de contar la historia que sus padres y abuelos sufrieron en aquellas calles.