viernes, 19 de noviembre de 2010

Cólera en Haití

Tuve la ocasión hace un par de años de asistir a una charla del máximo responsable de la ayuda de emergencia en catástrofes del gobierno español. Me pareció un hombre de gran experiencia, y hablaba con propiedad y conocimiento de las estrategias a seguir cuando se llega a una región devastada por la guerra, los terremotos, o cualquier fenómeno natural imprevisible. Había estado al cargo de la misión española que asistió en el tsunami, y contaba, para mi sorpresa, que la cantidad de recursos que se destinaron fue desmesurada. Televisiones y periódicos de todo mundo estaban allí, nadie quería perderse un pedacito de gloria, unos segundos en el informativo de mayor audiencia, y es que la ayuda también se ha convertido en una mercancía. El despilfarro, la búsqueda por la visibilidad, y el sobredimensionamiento de las tecnologías aplicadas eran la norma.
Desconozco los datos, pero sospecho que la situación en Haití no ha sido muy diferente, el despliegue de medios durante los primeros días ha sido ingente, sin embargo parece evidente que no se han asentado las bases para que Haití recupere la senda del desarrollo. Son innumerables los organismos que han recaudado copiosos fondos para asistir a un país en una situación acuciante, pero de algo tan básico como construir una red de saneamiento que prevenga enfermedades parece que nadie se ha ocupado, al menos seriamente. En cualquier manual de ayuda humanitaria de emergencia se refleja la importancia de reconstruir el sistema de saneamiento en los primeros días de intervención, las epidemias de cólera son un peligro bien conocido. Esto es algo obvio para cualquiera, la gente tiene que hacer sus necesidades y si no existen lugares habilitados para ello lo harán en cualquier parte, contaminado el ambiente de patógenos que finalmente llegarán a las fuentes de agua. Entonces ¿qué ha ocurrido con todos los recursos "invertidos"? O bien hay alguien que se los ha metido en el bolsillo, o bien se han gastado más con el objetivo de obtener visibilidad que de ofrecer una solución al pueblo haitiano. La incompetencia de los gestores de esta crisis contrasta con sus altos sueldos, que yo no discuto si están justificados, pero la catástrofe que viven estos días los habitantes de Puerto Príncipe debería no menos que sonrojarles, y desde luego ponerlos en acción para rectificar sus errores.
Para algunos críticos, los beneficios de los despliegues de ayuda humanitaria están más relacionados con la economía que se mueve a su alrededor de manera indirecta, es decir, los pequeños comerciantes que se acercan a extranjeros de alto poder adquisitivo y venden fácilmente su mercancía. Sin entrar a valorar qué tiene un mayor impacto, también es evidente que estos efectos colaterales deben ser considerados cuando se planifica la intervención. Imagínense una misión humanitaria que tiene como resultado el aumento de la prostitución infantil, pues sí, no tendría nada de humanitaria por muchas pastillas potabilizadoras que se repartieran. En Haití ahora sospechan que la misión de Naciones Unidas puede ser responsable de la contaminación de acuíferos, una nueva negligencia en una labor de tanta responsabilidad. Esta situación no es nueva, un escándalo sobre la contaminación de agua con arsénico ya cuestionó la labor de Naciones Unidas hace unos años en Bangladesh.
Lamentablemente, un cúmulo de despropósitos. Me pregunto a menudo qué puede estar fallando, sin duda debe haber personas muy preparadas al frente de estas misiones y no me explico cómo se cometen errores tan flagrantes.  Mi reflexión es que cuando se desvirtúan las prioridades y se olvida de que lo más importante es ayudar a quienes sufren y proporcionarles las condiciones para el crecimiento socioeconómico, entonces nada puede salir bien.