miércoles, 18 de abril de 2012

Ciudadano Rondó


Cosimo un buen día decidió que su padre no iba a obligarlo nunca más a comer caracoles y se subió a un árbol con la intención de no bajar nunca más. Lo que de verdad estaba haciendo era no permitir que su padre negase la persona que él era, aunque solo tuviese 7 años y el asunto de los caracoles pudiera parecer trivial. Decidió por el contrario “ser él mismo con todas sus fuerzas”, y no encontró una manera mejor que vivir en las alturas saltando de árbol en árbol durante toda su vida.

Erich Fromm hablaba en su libro “el miedo a la libertad” de que el problema de la sociedad actual residía en la incapacidad del individuo para expresar plenamente su ser interior, para dar rienda suelta a todas sus potencialidades. Yo recordaba estas palabras mientras leía El barón rampante y las aventuras de Cosimo Rondó. Me planteaba cómo en la sociedad de las libertades hay tantas cosas que están prohibidas o suponen un profundo tabú. Pongamos por ejemplo la mayoría de trabajos que hacemos para otros sin ninguna motivación. Dedicar gran parte de nuestras energías en desempeñar una labor cuyo resultado no tiene interés alguno para nosotros se ha convertido en algo habitual. Sin embargo, ¿no estaremos renunciando a algo esencial? Si la respuesta es afirmativa el resultado no puede ser fútil. Y si es algo que hacemos la mayoría el efecto en la sociedad puede ser perverso, eso explicaría muchas cosas. Una sociedad insatisfecha también es una sociedad enferma.

Reivindico por tanto al ciudadano Cosimo Rondó, que en el ejercicio de su libertad plena decidió vivir de acuerdo a los dictados de su alma, que no es otra cosa que la de mirar de forma sincera a su interior y transformar los deseos en acción. Lo digo desde esta tribuna casi anónima, y en el fondo solo es un mero deseo, un horizonte que yo también vislumbro desde la distancia, no hay protesta ni reproche, solo la intuición de las cosas podrían ser más fáciles, más agradables.